El comentario lingüístico "El triunfo de los botarates" Empezaré admitiendo que quizá chocheo. Quiero decir que las generaciones maduras han refunfuñado de las jóvenes desde el principio de los tiempos. En las pirámides de Egipto hay pintadas de hace 4.000 años que dicen cosas como: “Los jóvenes ya no respetan a sus mayores y no tienen sentido del deber ni del sacrificio”. Son tópicos que la propia historia se encarga de fulminar, porque si las generaciones hubieran ido empeorando sucesivamente desde entonces, ahora la humanidad estaría a la altura de las amebas. Y no, no hemos empeorado, y quizá tampoco mejorado, pero en cualquier caso creo que el porcentaje de necedad se mantiene estable desde siempre. Y aun así, pese a esta certidumbre, no puedo por menos que sentir cierta angustia ante los modelos que la sociedad actual ofrece a los jóvenes. Hace 100 años los héroes sociales (bien es verdad que no había heroínas) eran los intelectuales, los científicos, los artistas, los ...
"¿Sirve para algo aprender sintaxis, morfología y semántica?" El entrañable Yoda aún no sabe para qué sirve la sintaxis. Muchos de nosotros (porque sí, algún día formamos parte de ese colectivo del que hoy intentamos distinguirnos) tampoco lo supimos cuando vimos en la pizarra por primera vez el sujeto y el predicado, por no hablar de la infinitud de complementos que debíamos memorizar a la ligera. ¿Para qué? Para mejorar la expresión escrita, dicen unos; en vano, señalan otros, acompañando su discurso con que la enseñanza de la Lengua debería limitarse a enseñar a hablar y escribir y a escuchar y a leer. Personalmente, estoy de acuerdo con Silvia Gumiel en que, dado que la lengua constituye una herramienta comunicativa, su desarrollo debería potenciarse transversalmente desde todas las disciplinas, pues todas necesitan de ella. Sí, es cierto que como docentes de Lengua y Literatura Castellana deberíamos potenciar las destrezas de los alumnos en esta dirección, aunque consi...
Perla Áurez Versos de una noche sin Luna Sinopsis Como de costumbre, una voluntad ajena la vuelve a despertar. Se dispone a mirar el mar a través de la ventana desde la calidez con que aún son capaces de abrazarla las sábanas. «Algún día debo cambiarlas», piensa, «dos años y seguimos en las mismas». Pocas cosas podrían haber aliviado entonces la sensación de vacío que inundaba su pecho desde que Ada decidió huir. Ahora, sin embargo, tan solo queda ella. Ella y su libreta azul. Ella y la página en blanco. Ella y los versos de despedida para quien jamás se fue. Ella. Y nada más.
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